Historia de la etiqueta: del marfil al NFC

05 nov 2025
Ray Stanton Avery inventó las etiquetas autoadhesivas en 1935

ANÁLISIS EN PROFUNDIDAD

La necesidad de identificar objetos, su cantidad, origen, propietarios o el contenido de distintos receptáculos es casi tan antigua como la civilización misma. Aunque existieron precursores, como los sellos de arcilla, las primeras etiquetas con funciones similares a las que conocemos hoy nacieron en el antiguo Egipto. Desde la Revolución Industrial, numerosos avances técnicos posibilitaron el uso de materiales más modernos y, en los últimos años, este invento ─imprescindible para el orden─ se ha convertido, además, en un gran aliado tecnológico.

Muy anteriores al papel, los adhesivos, las impresoras o los paquetes de comercio electrónico, las etiquetas más antiguas datan de entre el 3400 y el 3200 a.C. Se descubrieron en 1988 en lo que se cree que era la tumba del rey Horus Escorpión I, en Umm el Qa’ab (Egipto). Un libro de Günter Dreyer, quien fue director del Instituto Arqueológico Alemán de El Cairo, describe los hallazgos en las distintas estancias del complejo. En ellas se localizaron pequeñas etiquetas de inventario fabricadas con marfil, huesos y piedra.

En algunas de esas etiquetas aparecían marcas numéricas y, en otras, figuras de hombres cazando o luchando, así como animales, plantas, objetos o árboles. Estas pueden considerarse precursoras de versiones de mayor tamaño que, más adelante, se tallarían en ébano y otras maderas. Únicamente presentaban inscripciones por una cara y se adherían a bolsas, cajas o recipientes con productos como lino o aceites, para identificar su procedencia, cantidad y volumen.

En cadena, pero humectadas

Durante la Edad Media, los gremios empleaban símbolos o marcas en los productos que fabricaban para indicar su procedencia y, en algunas ocasiones, adjuntaban notas o pergaminos con información adicional sobre el artículo. En el siglo XIX, la Revolución Industrial trajo consigo el progreso manufacturero y, con él, mayores tasas de alfabetización. Las fábricas de papel y las litografías hicieron posible la producción de etiquetas en grandes tiradas y, en la década de 1880, el papel impreso comenzó a engomarse, primero hoja por hoja y, después, en grandes rollos o láminas de papel, para su posterior pegado sobre botellas o latas. El etiquetado se llevaba a cabo con adhesivos a base de gomas que requerían aplicar agua a la superficie previamente, tales como la goma arábiga, la cola de origen animal o las dextrinas. Así fue como despegó la producción masiva de artículos etiquetados.

Las primeras etiquetas autoadhesivas

Hubo que esperar hasta 1935 para que el emprendedor Ray Stanton Avery inventara las hoy omnipresentes pegatinas o etiquetas autoadhesivas. Logró crear los primeros modelos comercialmente viables y, a partir de 1940, empezó a fabricarlos y a comercializarlos en todo el mundo bajo el nombre Kum Kleen Price Stickers.

En 1935 Ray Stanton Avery inventó las hoy omnipresentes pegatinas o etiquetas autoadhesivas (Foto: Joseph Corl, Unsplash)
Foto: Joseph Corl, Unsplash

Fue entonces cuando se inauguró la era dorada de las etiquetas, un auge que se aceleró tras la Segunda Guerra Mundial con la expansión de los supermercados y las grandes superficies. Con el tiempo, se perfeccionaron para adherirse a una mayor variedad de superficies y se mejoraron los sistemas de aplicación en las líneas industriales. Su uso se generalizó en sectores como la alimentación, las bebidas o los productos farmacéuticos.

La informática y la revolución de las etiquetas inteligentes

Con las etiquetas del todo extendidas, la llegada de los primeros equipos de informática personal y los sistemas de gestión de inventario en los años setenta y ochenta transformó las etiquetas de simples identificadores en auténticas herramientas de gestión. El código de barras EAN se popularizó, propagando el escaneo rápido de productos y la automatización de la cadena de suministro. Al mismo tiempo, nuevos materiales sintéticos, como el polipropileno o el poliéster, aportaron a las etiquetas una mayor durabilidad y resistencia ante elementos como el agua.

Las “etiquetas inteligentes” impulsan la eficiencia de almacenes y otras instalaciones de formas impensables hace apenas unas décadas

Presentes en todo tipo de piezas, materias primas y productos de consumo como elementos identificadores, las etiquetas se han abierto paso hasta nuestros días, convirtiéndose además en un pilar fundamental de la logística moderna. Las “etiquetas inteligentes” impulsan la eficiencia de almacenes y otras instalaciones de formas impensables hace apenas unas décadas, y han transformado la cadena de suministro gracias, en parte, a los siguientes avances tecnológicos:

  • Código de barras. Se clasifican en dos grandes categorías —unidimensionales y bidimensionales— según sus dimensiones y la cantidad de información que almacenan. Los primeros son una solución sencilla pero, si su superficie se deteriora, dejan de ser legibles.
  • Etiquetas RFID. Emplean tecnología de identificación por radiofrecuencia (RFID), lo que permite captar rápidamente la información de los productos mediante un receptor de señal y garantizar su trazabilidad.
  • NFC. Las etiquetas NFC utilizan comunicación inalámbrica de corto alcance para intercambiar datos entre dispositivos ubicados a pocos centímetros de distancia, generalmente unos 10 cm.
  • Etiquetas electrónicas o E-ink. Cada vez son más comunes en espacios como tiendas, supermercados o almacenes, donde se colocan en las estanterías.
  • Sensores. Al incorporar sensores de temperatura, humedad o movimiento en productos sensibles, las etiquetas permiten su monitorización en tiempo real a fin de garantizar un estado óptimo de conservación.

Estos progresos han posibilitado que cada producto, paquete, palet o ubicación de almacenamiento posea una identificación única, y que, además, las etiquetas incluyan información detallada como la fecha de fabricación y de caducidad, el lote, el número de serie, la composición, las instrucciones de manipulación, el peso o las dimensiones. Al monitorizar sus movimientos, también resulta más sencillo optimizar rutas, actuar ante imprevistos y minimizar retrasos.

Emplear un sistema de gestión de almacenes es clave para aprovechar el potencial de las etiquetas

El lenguaje de la logística

Un software de gestión de almacenes (SGA) es clave para aprovechar al máximo el potencial de las etiquetas, conseguir un control total del almacén y facilitar cadenas de suministro interconectadas. Además de favorecer la trazabilidad de los productos mediante el uso de terminales de radiofrecuencia, un software como Easy WMS de Mecalux genera y automatiza la impresión de etiquetas en el almacén, algo de vital importancia en la logística de salida y, en especial, en el e-commerce.

Más allá del reparto, las etiquetas son esenciales en los almacenes automatizados, ya que hacen posible que sistemas como los transelevadores o los robots móviles autónomos interpreten y procesen la información de los productos y naveguen por distintas ubicaciones. Por ejemplo, códigos de barras ubicados en carriles electrificados contribuyen a que las electrovías conozcan su posición con gran precisión. Así se logra automatizar completamente el almacén, maximizando el espacio disponible y alcanzando una eficiencia total.

Si bien la identificación de objetos con diseños es casi tan antigua como la civilización y las etiquetas tienen sus raíces en el Antiguo Egipto, su futuro se dirige hacia sistemas cada vez más inteligentes, conectados y sostenibles, en los que las etiquetas de nueva generación se convertirán en nodos de información de la red logística global.