La recuperación ambiental gana terreno

27 mar 2014

Uno de los retos medioambientales más importantes con los que se enfrenta la industria es qué hacer con los suelos y las instalaciones que dejan tras de sí. La restauración ambiental de las parcelas que han sufrido el uso continuado durante décadas de minería y la recuperación y rehabilitación de las instalaciones y edificios son las soluciones más indicadas para el ámbito industrial.

Y es que si tienes que mover 160 millones de metros cúbicos de tierra de su lugar original a otro –como tuvo que hacer la mina de lignitos de Meirama (A Coruña)– es obvio que se producirá un impacto y un desequilibrio ambiental en el entorno. Para subsanar esas consecuencias resulta necesario actuar con el fin de recuperar el suelo. La restauración ambiental tiene como propósito eliminar, reducir o controlar los riesgos para la salud humana y para el medio ambiente en lugares contaminados.

El proceso de restauración ambiental destinado a proteger a las personas debe rebajar la concentración de los contaminantes por debajo de los niveles que marca la legislación, a costos aceptables, y la solución ha de ser permanente. La mina de Meirama abastece desde 1980 de lignito a la central térmica de Unión Fenosa. Para ello, y al ser una explotación a cielo abierto, tuvo que trasladar 160 millones de metros cúbicos, creando así dos escombreras con toda la tierra estéril.

Desde el inicio de la explotación se desarrolló un plan de restauración ambiental llevado a cabo en dos fases. En la primera, se produjo la revegetación de las escombreras con plantas más fuertes y con mayor capacidad de regeneración. Posteriormente, se plantaron especies vegetales autóctonas de la zona. Además de la reforestación, se ha emprendido un férreo con trol de la fauna del área rehabilitada, percibiéndose a lo largo de los años un considerable aumento de la población animal típica del lugar: anfibios y reptiles.

Crisis del mercurio

El año 2003 tuvo lugar el cierre de nuestras minas de mercurio”, recuerda con algo de nostalgia Javier Carrasco, director de minería de Mayasa (Minas de Almadén y Arrayanes S.A.), y fue la fecha clave para el inicio del proceso de recuperación ambiental en las minas de Almadén (Ciudad Real).

El plan de actuación de la escombrera de la explotación era fundamental por la cercanía al pueblo y, sobre todo, “porque los materiales depositados en ella se hallan dentro de la categoría de peligrosos por su contenido en mercurio”, explica Carrasco. El problema de este metal hizo que el plan de recupera ción ambiental tuviera una primera fase distinta a la de otros proyectos.

Había que impermeabilizar la escombrera para evitar que filtrase a las aguas subterráneas, “además, con el fin de garantizar la seguridad medioambiental, instalamos un mecanismo de recogida y evacuación de aguas”. Tras este proceso se procedió a la restauración de la cubierta vegetal con especies propias del lugar, “aunque también con algunas de rápido crecimiento para ayudar a la regeneración”, matiza Carrasco.

La restauración ambiental, sin embargo, no termina con la reforestación de los suelos degradados o contaminados. En las minas de Almadén se ha establecido un Plan de Vigilancia Ambiental diseñado para esta iniciativa, que velará por la consecución de los objetivos previstos en aguas subterráneas, superficiales, suelos y en aire durante 50 años.

Período de latencia

Mucho más tiempo tiene que pasar para una recuperación de los suelos de uso nuclear o radiactivo. Enresa –empresa pública encargada del desensamblaje de las centrales nucleares en España– lleva trabajando en el desmantelamiento de la central nuclear Vandellós I desde 1997 y no será hasta 2028 cuando arranque la última etapa del proceso.

Ahora mismo, Vandellós I está en lo que conocemos como periodo de latencia”, comenta José Ramón Armada, director de la división técnica de la compañía. La razón de un tiempo de espera tan prolongado para acometer la auténtica restauración medioambiental se debe a la actividad radiológica de las estructuras de la antigua central, que tiene que descender hasta representar aproximadamente un 5% de la inicial; “esto permitirá, entonces, su desmantelamiento con unos costes radiológicos mínimos para el personal que ejecute los trabajos” .

La Central Nuclear de Zorita –cerrada en 2006– es el nuevo desafío de Enresa. Los trabajos comenzarán en 2009 tras el proyecto previo de desmantelación elaborado por Unión Fenosa, propietaria de la central. “Prevemos que en 2015 Zorita se convierta en una zona totalmente disponible para cualquier uso, incluso residencial”, asegura Armada. Pero ¿por qué no se ha respetado un periodo de latencia? “Al no utilizar una tecnología de uranio natural, como la de Vandellós I, no resulta necesario este lapso por lo que los plazos se acortan”.

El lago minero

La explotación de lignitos de Meirama tiene fecha de caducidad. Se calcula que en el próximo año se terminará el carbón de la misma por lo que la explotación ya no tendrá sentido. Por ello, Limeisa ya ha desarrollado un plan integral para la recuperación total de la mina. “Nos planteamos todas las alternativas, pero la única viable realmente era la de rellenar el hueco con agua formando así un lago artificial”, comenta Miguel Ángel Arias, director general de Limeisa.

Se descartó rellenar el enorme hueco con materiales sólidos puesto que no era medioambientalmente sostenible. La solución: un lago artificial con una capacidad de 150 hm3. “El objetivo es crear un proyecto socioeconómico interesante para la zona y que además sea medioambientalmente sostenible”, describe Arias.

Para ello tendrán que transcurrir entre cuatro y diez años con el fin de que la lluvia y los desvíos parciales del río Barcés logren llenar todo el hueco de la antigua mina. Por ahora esto es meramente un proyecto, pero deja clara una preocupación cada vez más evidente en el mundo industrial: los suelos explotados han de ser recuperados para su uso futuro y garantizar así el equilibrio ambiental de las zonas implicadas.

Gestionar los residuos

Uno de los mayores problemas con los que se encuentra una industria es la gestión de sus propios residuos. Un problema que, sobre todo de cara a la opinión pública, se torna gigantesco cuando se trata de residuos radiactivos. Los datos son más benévolos con el sector industrial. Según Enresa, el 60% de las instalaciones autorizadas para el uso de radisótopos están dedicadas a la industria, sin embargo, de todos los residuos generados sólo el 20% pertenecen al sector industrial.

Los residuos radiactivos se clasifican en dos grupos:

Residuos de Baja y Media Actividad (RBMA): contienen elemen tos radiactivos emisores beta y/o gamma de vida corta (periodo de semidesintegración igual o inferior a 30 años) y no desprenden calor. Representan el 95% del total de los deshechos radiactivos que se generan en España.

Residuos de Alta Actividad (RAA): contienen generalmente elementos radiactivos emisores alfa cuyo periodo de semidesintegración es superior a 30 años y pueden desprender calor. Son los más peligrosos, pero suponen sólo el 5%.

Actualmente, en España, los residuos de alta actividad están constituidos, casi en su totalidad, por el combustible gastado de las centrales nucleares, existiendo una pequeña cantidad de materiales procedentes del reproceso (vidrios, desechos tecnológicos, etc.). Estos deshechos permanecen en las centrales nucleares en piscinas de almacenamiento ya que necesitan largos periodos de enfriamiento.

Para los residuos de baja y media actividad Enresa cuenta, desde 1992, con el almacén centralizado de El Cabril (Córdoba). A pesar de la mala imagen que tiene todo lo relacionado con la radiactividad, José Ramón Armada argumenta que El Cabril “no supone ningún peligro ni para las poblaciones cercanas, ni para el medio ambiente”.

En El Cabril los residuos permanecen inmovilizados entre hormigón, debidamente acondicionados, y el entorno está sometido a un control radiológico ambiental constante. “Además, la instalación está preparada para soportar cualquier accidente, como podría ser un terremoto de hasta 8º en la escala Richter”, concluye Armada. En este centro se establecen tres tipos de barreras de almacenamiento de los residuos:

La primera de ellas es la físico-química, a través de pequeños contenedores en los que se almacena el producto. La segunda es la contención mediante la ingeniería, es decir, los contenedores se sellan en pequeños silos de hormigón. La barrera geológica es la última y más importante. Estos búnkeres de hormigón son enterrados en el subsuelo para evitar cualquier posible fuga radiactiva.

José Ramón Armada puntualiza además que “el entorno dispone de un Plan de Vigilancia Radiológica Ambiental (PVRA) que cada año recoge cerca de un millar de muestras de aire, agua, animales y vegetales, evidenciando que la actividad de la instalación no afecta a la naturaleza de la zona, ni a la población”.

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LA MALA PRENSA DEL ÁTOMO

A pesar de la mala prensa de la energía nuclear, los datos, al menos los aportados por el Consejo de Seguridad Nuclear de España, no son nada negativos. De hecho, el 88% de la radiación que recibe el hombre procede del entorno natural; el 11,7% de la medicina; el 0,2% de equipos de uso doméstico (televisión y ordenador) y el 0,1% restante, de la industria nuclear.

 

INDUSTRIAS CULTURALES

Disfrutar de un cuadro de Picasso en la sala de turbinas de una central eléctrica o escuchar a los mejores grupos de música en un almacén de grano. La cultura ha encontrado un hueco en la industria. Unos espacios grandes, en el centro de las ciudades, y arquitectónicamente muy atractivos. Es la nueva industria de la cultura.

Desde que en 2000 la Tate Modern inaugurara su nueva sede en la orilla sur del Támesis londinense muchas otras ciudades han seguido su modelo. En la segunda mitad del siglo XX, el desarrollo tecnológico dejó a bastantes edificios industriales totalmente obsoletos. Fábricas, almacenes o plantas eléctricas, en muchos casos en los centros de las ciudades, se quedaron vacíos y han estado así hasta hace muy poco.

En mayo de 2000 Jacques Herzog y Pierre de Meuron inauguraron el proyecto más emblemático de este modelo de rehabilitación industrial: la Tate Modern. Los arquitectos suizos respetaron el edificio creado por Gilles G. Scott en desuso desde 1982, y descubrieron para el mundo la gran sala de turbinas, que se ha convertido en una de las más prestigiosas áreas de exposiciones del mundo.

Valencia y Madrid

Otras ciudades han seguido su ejemplo. Valencia ha recuperado unos almacenes de grano de finales del siglo XIX para crear el Greenspace. Un espacio cultural, inaugurado en 2006, dedicado a la música y el arte contemporáneo. En Madrid, el antiguo matadero de la ciudad, clausurado en 1996, se está convirtiendo en uno de los centros culturales más grandes del mundo. Cuando se inaugure por completo, en 2011, contará con 148.300 m2 dedicados a la cultura. Y es que, a veces, la recuperación del suelo industrial puede ser una verdadera obra de arte.