Otra vez el déficit cero

07 ene 2003

Empecemos por el gasto. ¿Conviene que el Gobierno español gaste más, con carácter permanente? La respuesta depende del modelo de sociedad que queramos tener. En teoría, un país elige el nivel y la composición de su gasto público (nivel de pensiones y seguro de desempleo, volumen de infraestructuras, las transferencias a sectores privilegiados, etcétera), y luego decide cómo financiarlo.

Si la sociedad española decide gastar más, habrá que hacerle, al menos, una observación: hace unos cuantos años ya llegamos a la conclusión de que muchas de esas partidas de gasto eran ineficientes. O sea, si un político propone gastar más, debería justificar la importancia y la urgencia de ese mayor gasto, a la vista, de los efectos negativos que se derivan del mismo.

Y luego habrá que preguntarle sobre su financiación. Un gasto permanente mayor exige la reducción de otros gastos o la subida de impuestos (y habrá que aclarar cuáles). Porque ya sabemos las consecuencias que, a largo plazo, tiene un déficit público mayor: mayores tipos de interés, expulsión de la inversión y del consumo privado, menor eficiencia, etcétera. El argumento de que “es sólo por unos años, y luego ya volveremos a la ortodoxia” ya lo emplearon algunos, y nos costó un enorme esfuerzo corregir ese error.

Otra cosa es que se pretenda aumentar el gasto o reducir los impuestos con carácter transitorio, para sacarnos de una recesión. Sin embargo, a esto hay que objetar, en primer lugar, que la sociedad española no necesita ahora ese impulso, porque no estamos en recesión, y que no estará de más guardar esa posibilidad, por si hace falta dentro de un tiempo.

Segundo, que la eficacia de la política fiscal expansiva es mucho más limitada de lo que nos decían los libros de texto de los años 70. Y tercero, que es muy probable que el impulso llegue a deshora, porque la política fiscal es lenta en su puesta en marcha y sus efectos expansivos se pueden notar precisamente cuando la economía ya no los necesita.

Entiendo que un país abocado a una profunda recesión se lance a un generoso programa de gasto público o de reducción de impuestos, pero ese no es nuestro caso, ni el de nuestros socios europeos, al menos por ahora.

Otra cosa es si una economía como la europea debería tener déficit cero, en promedio, a lo largo de los años de un ciclo económico. Y la respuesta me parece que es claramente afirmativa, por las razones que ya he dado antes, sobre todo en términos de eficiencia, de tipos de interés, de prima de riesgo de la moneda y de reducción de la inversión.

Por tanto, me parece que hay que seguir pidiendo a nuestros socios europeos que cumplan el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, al menos en el largo plazo. De otro modo, los que tienen déficit están pasando parte de la carga a los que no lo tienen, y eso es injusto.

Otra cosa muy distinta es que, en una situación recesiva como la que hay actualmente, se deba exigir a los gobiernos que cierren sus déficit. Eso tiene poco sentido económico. Podríamos discutir si un 3% del Producto Interior Bruto es un déficit razonable en la actual coyuntura, o si debería ser mayor o menor.

Pero está claro que es lógico que tengan déficit – como también debería ser patente que habría que exigirles compromisos serios de que cierren el déficit en la primera ocasión que tengan. Es verdad que algunos de esos países tienen déficit por su desidia a la hora de tomar medidas efectivas, como las que en su día tomó España. Pero eso no justifica que ahora les impongamos una carga más dura.

Simplemente, en lugar de reprimendas o de sanciones, me parece que lo que habría que hacer es “apuntarles un tanto negativo”, y cobrárselo luego, no en términos estrictamente económicos, sino de otra manera, quizás políticamente más dolorosa, como haciéndoles perder un turno a la hora de elegir un representante suyo en la Comisión Europea, o un miembro en el consejo del Banco Central Europeo, o perdiendo el derecho al voto en el Consejo de Ministros durante un trimestre.

Algo así como la suspensión de un futbolista por acumulación de tarjetas, o el cierre de un estadio por alteraciones del orden público.

Me da la impresión de que en los debates recientes hemos confundido las cosas, y que muchos – aunque no todos- de los que han participado en las discusiones tenían razón, porque estaban pronunciándose sobre cosas distintas. Por otro lado, es bueno que tengamos memoria histórica también de lo ocurrido hace pocos años. Los argumentos que se presentaron al discutir la moneda única europea, acerca de la conveniencia de que los déficit sean reducidos y las inflaciones bajas, siguen siendo válidos. Como también lo son las fundadas dudas de los teóricos sobre el potencial expansivo de la política fiscal usada como arma anticíclica. Y las dudas que tantos manifestaron entonces sobre las cifras concretas que se manejaban – por ejemplo, que el déficit público debía ser siempre inferior al 3% del PIB.

Antonio Argandoña
Profesor del IESE

Artículo publicado anteriormente en La Gaceta de los Negocios, noviembre 2002.